¿Qué pasaría si un día todas y todos dejáramos de realizar las actividades del hogar y de cuidados? Seguramente se nos viene a la mente esa imagen en la que muchas de las actividades cotidianas colapsan por tan importante y necesaria labor para la sostenibilidad de la vida. Las niñas y los niños dejan de ir alimentados y bañados a las escuelas, no habría quién realizara las labores domésticas, cocinar los alimentos y cuidar de las personas mayores, enfermas y con alguna discapacidad.
La imagen anterior nos permite darnos cuenta que el trabajo del hogar y de cuidados es la base para la reproducción social y económica, sin estas actividades el sistema simplemente no funcionaría.
Este trabajo ha sido históricamente asignado a las mujeres por la división sexual del trabajo, la cual consiste en que por el hecho de ser mujeres realizamos aquellas actividades relacionadas con la esfera reproductiva: el cuidado, la alimentación y el mantenimiento de los hogares. Mientras para que para los varones, las actividades socialmente asignadas están relacionadas con el trabajo remunerado, lo que se realiza en la esfera pública. Es decir, las actividades sociales, económicas y culturales están condicionadas por nuestro sexo biológico.
En las últimas décadas en nuestro país se han desdibujado los límites de género entre las fronteras reproductiva y productiva, por la masiva incorporación de las mujeres al mercado laboral y el aumento de la matrícula femenina en los distintos niveles educativos. Sin embargo, esto no ha modificado del todo las prácticas culturales ni los roles de género. A pesar de tener un trabajo remunerado, las mujeres siguen cumpliendo con una carga de trabajo superior a la de los hombres, siguen siendo las cuidadoras primarias de sus familias y las encargadas del mantenimiento del hogar.
Desde la división sexual del trabajo se nos ha hecho creer a nosotras las mujeres que el trabajo del hogar y de cuidados no remunerado es parte de nuestra condición de mujeres, se ha feminizado y naturalizado. Debido a la enorme carga de trabajo que implica esta labor, en la que se invierten no solamente tiempo, sino también emociones, conocimientos, fuerza física, etc., si se nos asignara un salario por este tipo de actividades, nuestro pago sería superior a muchos de los ingresos del mercado laboral.
Es precisamente en ello que radica la naturalización del trabajo de cuidados. Muchas de nosotras hemos interiorizado la idea de que tenemos una capacidad innata para cuidar de los demás, por ser seres emocionales, sensibles y amorosos, a diferencia de los hombres que los representa la fuerza física y mental; esto en la mayoría de los casos no funciona así, son imposiciones sociales que no definen a un sexo u otro. Hombres y mujeres tenemos características que nos hacen diferentes incluso entre el mismo género, así que no todas y todos encajamos dentro de esa definición tradicional.
Al parecer este trabajo solo se reconoce y visibiliza en nuestro país cada día de las madres y erróneamente el día de la mujer. Pero el reconocimiento debe ser desde todos los sectores mediante prácticas y acciones de corresponsabilidad entre el gobierno, las empresas, la familia y la sociedad civil, generando centros de cuidado de tiempo completo para personas en condición de dependencia. Esto resignificaría su valor social, permitiría que las mujeres no solamente pudieran obtener un trabajo remunerado, sino también tiempo libre, continuar estudiando y en consecuencia, la construcción de autonomía personal.
En México, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) ha dado a conocer el valor económico que tiene el trabajo del hogar no remunerado, incluyendo el trabajo de cuidados. El trabajo doméstico no remunerado equivale al 24% del Producto Interno Bruto (PIB), es decir casi una cuarta parte de la economía nacional, siendo superior incluso al PIB de turismo, la industria minera, las remesas y el petróleo.
Para que existan cambios significativos en la división sexual del trabajo respecto al trabajo de cuidados, es necesario que los hombres se involucren más, desnaturalizarlo y visibilizar tanto la aportación económica y social que realizan en su mayoría las mujeres, como el desfeminizarlo y en algunas ocasiones, que las personas cuidadoras primarias obtengan un ingreso por su trabajo.
Esto ha sido una de las luchas principales del movimiento feminista. Las experiencias en torno al trabajo entre hombres y mujeres han sido vividas de manera distinta, pero siempre definidos desde la mirada masculina, excluyendo el trabajo del hogar y de cuidados de la esfera laboral y productiva, identificando de manera errónea trabajo con empleo. Esto es precisamente lo que ha perjudicado a las mujeres que se dedican de tiempo completo a estas labores, sin reconocer su labor social y económica.
Muchas de nosotras conocemos a mujeres con nivel educativo superior, trayectorias laborales exitosas y mucho talento en algún área profesional. Sin embargo, cuando deciden ser madres también deciden pausar o abandonar su carrera profesional para dedicarse de tiempo completo al cuidado de sus hijos y familia. Esto obstaculiza sus oportunidades de ascenso profesional en un futuro, ya que cuando deciden reintegrarse al mercado laboral, los límites de edad y la ausencia de políticas laborales que promuevan una conciliación de la esfera laboral y familiar no les favorecen.
En México la producción de estadísticas para contabilizar el trabajo del hogar y de cuidados es una aproximación valiosa para el reconocimiento y visibilización de esta labor. Aún queda mucho por hacer en todas las esferas. En la esfera personal, las mujeres debemos percatarnos de nuestra importante contribución social, las familias deben cooperar y participar más en los cuidados y no dejar toda la carga a las mujeres; desde el gobierno promover políticas públicas de conciliación entre la vida laboral y familiar de las familias: guarderías de tiempo completo para madres y padres trabajadores, horarios flexibles para hijos e hijas de padres mayores o personas con discapacidad, entre muchos otros.
Yanelli Barojas Armenta
CEO en Indra Ecosmética y Maestra en Ciencias sociales con especialidad en estudios socioculturales de salud por El Colegio de Sonora.