A través de ciertos medios, redes sociales y grupos de interés de derecha, algunos patrocinadores de la campaña 2006, se reinstaló en México otra campaña de miedo, dirigida al sector más desinformado de clase media, manejando sus prejuicios y sus fobias.
En México, pertenecer a la clase media significa ganar un salario de 14 mil 256 pesos mensuales o más de acuerdo con la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). En este sector se ubica apenas el 19% de los mexicanos. Los datos del INEGI no coinciden con los de la OCDE que duplica al 40% a la clase media.
Este grupo vulnerable asocia al conocimiento con dinero y a la pobreza con ignorancia. No está al tanto de que es, en realidad, ayuno de información. Suele mirar a los pobres con desprecio (son pobres porque quieren) y se asombraría de saber que comparte con ellos la misma aspiración: subir al escalón de arriba. Sueña con ubicarse en la clase alta.
A este segmento poblacional dirigen su mensaje esos ciertos medios que pertenecen al anterior sistema económico neoliberal y que juegan un papel fundamental. Les vendieron la idea de treinta años de falso bienestar que ellos no cuestionan. No asocian que si el PIB se desplomó de 6% a 2% de 1988 a 2018, sus ingresos y poder adquisitivo se redujeron en esa misma proporción. Los afectados no se percataron que durante ese lapso controlaron el salario con el argumento de que era “inflacionario”. A esas decisiones neoliberales les deben su actual condición.
Las alarmas se encendieron por el desastre provocado por dos crisis mundiales -sanitaria y económica- que el poder mediático sabe vender como si fuera responsabilidad del cambio de gobierno. Este último incurre a su vez en la omisión de no dirigirse a las clases medias.
La clase media no informada apareció hace cinco meses en la comodidad de la protesta vehicular como en un día de campo. No lee la prensa ni revistas especializadas en política y economía. Su fuente de información es la televisión, Facebook y WhatsApp. Ahí acrecientan su desinformación convertida en confusión como lo revelan cada semana. Adoctrinados a través de Frena, dicen con absoluta seguridad que el Presidente López Obrador y el país son “comunistas”, exigen que AMLO “se vaya a su país”, y le dieron de plazo hasta el 30 de noviembre para que se retire porque “no quieren un dictador”.
Ignorantes del significado de la democracia, dicen luchar por ella con métodos antidemocráticos. Nadie les dijo que en 2018 se vivió la elección más copiosa de la historia y se eligió después de 89 años al primer Presidente que no sólo no tuvo el visto bueno del agotado régimen, sino que como su adversario, le ganó. En su sorprendente ingenuidad suponen que se puede quitar a un mandatario legalmente electo porque el que ganó no les gusta.
No asocian su paulatino desplome económico con los últimos cinco expresidentes: tres del PRI y dos del PAN. A ellos les deben el prescindir de ciertos lujos: como que los hijos no puedan comprar casa en la del Valle de San Pedro Garza García, Nuevo León como ellos, en Las Lomas de Ciudad de México o en Puerta de Hierro en Zapopan, Jalisco. Quieren que regresen a gobernar los responsables de desaparecerles su nivel de bienestar al que accedieron a través de años de esfuerzo. Su grado de desinformación es tal que son presa fácil de cualquiera que les diga que el gobierno actual es el villano que los empobreció y no quiénes realmente les menguaron su patrimonio.
Aunque hay de todo, parte de la clase media-alta (un 14%, cerca de 16 millones) se informa, pero no toda. La clase alta -donde se ubican empresarios- que representa el 6.1% sí está informada. Al sector bajo de la clase alta pertenecen 5.6 millones de mexicanos (5%) y son familias ricas de no mucho tiempo atrás. Y la punta de la clase alta, cuya buena posición es añeja, comprende a 1.1 millones de mexicanos, apenas el 1% de la población. Entre ambos segmentos alcanzan los 6.7 millones de mexicanos.
Parte de la clase media mexicana se asume como informada y se refiere a los pobres como “ignorantes”, al asociar pobreza con ignorancia. No es necesariamente cierto.
Según el INEGI, más de la mitad de los mexicanos, el 55%, es clase baja. Es decir, el país está conformado por una población mayoritaria de pobres. Ellos suman más votos que todos los segmentos de las clases medias.
Algunos medios subrayan como mala decisión que el gobierno visibilice a los pobres y los incluya en el presupuesto nacional. Se oponen a dar por concluida la habitual entrega de recursos hacia la parte de la clase alta que tenía componendas con los sucesivos gobiernos, mediante condonaciones de impuestos y contratos no licitados. ¿Por qué estaría bien entregar recursos públicos a dueños de fortunas que no los necesitan y que representan apenas el 1% de los hogares, mientras se los niegan a una mayoría de 55% de mexicanos en pobreza? Se trastocó la tabla de prioridades. Los pobres no tenían lugar.
Aunque las encuestas oscilan en un vaivén de resultados, casi todas las recientes coinciden en que, con todo y dos crisis, la aprobación del Presidente repuntó. El invisible sector pobre o miserable al verse beneficiado por el gobierno ahora lo apoya. Es novedad no ser, como antaño, sólo las líneas de un discurso. En contraste, el sector de clase alta antes favorecido se muestra inconforme y añora reinstalar al antiguo sistema político. No son sólo dos sistemas opuestos. Son dos segmentos de ciudadanos situados en posiciones encontradas: continuar con el cambio o regresar a lo que había.
Un dato poco mencionado es que en 2018 los votos “informados” los acaparó López Obrador.
Los votos con más ingresos en hombres entre 26 y 35 años votaron por AMLO. Lo que desmiente que su mayoría de electores fueran pobres. En nivel de escolaridad el candidato morenista obtuvo el 65% de votos con nivel universitario o más. Y sumó a 59% de los electores con preparatoria, según Parametría. En cambio, los votantes de Meade y Anaya concentraron a votantes con menor escolaridad (secundaria o primaria). Las estadísticas confirman que la población más informada votó por López Obrador.
De acuerdo con el periodista y activista australiano Julian Assange, fundador del sitio web WikiLeaks el poder de los medios es tal que puede incluso provocar guerras. Afirma que en los últimos cincuenta años las guerras “fueron resultado de las mentiras que difundieron”. La libertad de expresión es intocable. Pero es impostergable procurar un debate sobre información o difusión de mentiras o medias verdades.
Las caravanas frenéticas de Frena siguen su curso sin que se les preste atención. La izquierda se equivoca al medir su efectividad según su escasa presencia en las ciudades donde protestan. Se ríen de que sean pocos o que protesten en autos, pero los seguidores de Frena no son los que acuden a las caravanas con letreros desinformados. Son la suma de quiénes los ven en casa y de aquellos que son adoctrinados en Facebook y WhatsApp. Ese grupo de clase media no informada podría estar sumando a millones en la sombra y no se sabe hasta dónde pudieran debilitar al proyecto en ciernes.
Martha Zamarripa. Periodista. Regiomontana. 100% izquierda. Embajadora de México en Belice. Twitter: @m_zamarripa