Dos regímenes: la disputa por el poder. Por Martha Zamarripa @m_zamarripa

El viejo régimen sigue aquí y se rehúsa a irse. No acepta que perdió y fue despedido por los ciudadanos. Victoria sin regateos pese a un instituto electoral que, mientras pudo, miró para otro lado. El fraude legalizado fue arrasado por un voto agotado por el pasado que apostó por un nuevo futuro. La avalancha de votos congeló la operación política de ese régimen ladino y ávido de poder eterno. El mensaje ciudadano no lo hace reaccionar. No es un despido temporal, sino definitivo. El porcentaje del triunfo no lo inmuta, ¿cómo podría si carece del gen de la democracia? De aquí al 2024 seguirá con el mismo sabotaje.

Ese régimen saliente se quedó pasmado mientras planeaba cómo volver. Su historia es una lucha continua de imposiciones pisoteando la voluntad ciudadana. Su encarnizada guerra para regresar es cada vez más evidente.

Un nuevo gobierno que sustituye al anterior se instala de inmediato, pero un cambio de régimen lleva años en construirse, ya que significa crear otro sistema político. En su tiempo los porfiristas no se resignaron al cambio maderista, como tampoco ahora el régimen PRI-PAN acepta el cambio lopezobradorista. La campaña mediática desplegada, que hay que “leer”, refleja la estrategia para tumbar a un régimen que aún no existe y que busca sustituir al anterior.

La creación de otro sistema supone fundar nuevas instituciones y nuevas reglas políticas. Exige mirar con lupa a un régimen que corrompió a la justicia. Juzgar al proyecto económico dedicado a la exclusión que empobreció mayorías y enriqueció a grupos de interés, minoría cómplice y socia. Evalúa a cuerpos de seguridad que crearon una inseguridad que resultó fatal. Es acusar y exponer frente a un tribunal ciudadano una vida pública torcida: leyes selectivas, tráfico de influencias, corrupción institucional, democracia simulada, expresidentes impunes, trato desigual, justicia cooptada, salud privatizada. Si Midas convertía en oro lo que tocaba, el régimen caducado transformó la riqueza del país en miseria nacional.

Un proceso de cambio tan complejo requiere respaldo de la mayoría para evitar que esa minoría con inmenso poder político y económico siga moviendo los resortes del poder que aún no ha soltado. El voto es inmediato; el cambio, no.

Impedir la reinstalación del decadente régimen anterior depende del voto mayoritario recibido. Esa elección del 2018 no debe irse a su casa y desentenderse, la historia contra el fraude no terminó. Atacar a un gobierno democráticamente electo es un “fraude post electoral” que no reconoce ese triunfo democrático y legal. El viejo régimen lo intentó, pero sus cálculos fallaron y a la tercera (2018) fue suya no la vencida sino la derrotada. La campaña negra se había agotado, la nueva oportunidad al PRI ante el fracaso del PAN fue otro fiasco. Ya se recompusieron.

Lo que en hoy sucede contra el cambio democrático remite a los años de Francisco I. Madero durante el primer gobierno posrevolucionario. Comenzó con él un gobierno democrático después de una dictadura de treinta años. Lo mismo sucedió con López Obrador, cuyo mandato inició después de una dictadura de partido (PRI-PAN) de 89 años. La democracia es letal para dictaduras de un solo hombre o dictaduras de dos partidos.

El proyecto actual es acechado sin tregua. Tiene el control del gobierno, pero no del poder. Sus antiguos dueños no quieren soltarlo. Lo tienen secuestrado.
Con Francisco I. Madero, los porfiristas decidieron mantener sus privilegios deshaciéndose de un presidente demócrata y reinstalando un “porfiriato” sin Porfirio. Con Andrés Manuel López Obrador el régimen PRI-PAN tampoco quiere renunciar a sus privilegios e igual que con Madero, apuestan al debilitamiento del gobierno para regresar.

Reinstalaron la campaña negra de 2006 que con diferentes palabras encierra el mismo mensaje del “peligro para México”. El riesgo real ha sido la corrupción y la desigualdad. Aunque los golpes de Estado son precedidos por campañas mediáticas, en México están siendo tan visibles que eligieron recurrir al golpe blando, incesante como un cincel: difusión de falsedades y calumnias. Sin caer en la generalización, hay poderosas empresas mediáticas que decidieron participar con el respaldo no de todos, pero sí de ciertos consorcios empresariales de otras ramas.

La idea es mantener el poder hasta que puedan arrebatar el gobierno en elecciones. Son tres momentos: la elección del 21, que medirá fuerzas. En 2022, verán si consiguen que el Presidente se vaya dos años antes. Si fracasan, estará la batalla en 2024 para poner fin al régimen en construcción.

Hay otra peculiar coincidencia entre Madero y AMLO. Ni antes ni ahora los periodistas y comunicadores valoraron la Libertad de Imprenta del primero, ni la Libertad de Expresión del segundo. Al romper ambos con la tradición del chayote la prensa de antes y los medios de ahora se inconformaron; querían que se mantuviera. En vez de hacer un periodismo libre, lo tiraron por la borda. A Madero como a López Obrador lo ridiculizaron y debilitaron. En los dos casos construyeron una mala imagen de ellos y de sus gobiernos, haciéndolos pasar por ineptos, lo opuesto a la realidad.

En 1911, México tenía un Pueblo de mayoría analfabeta. Para tener éxito la campaña de la prensa hizo llegar el mensaje contra Madero a través de caricaturas a quienes no sabían leer. En 2020 la manipulación de la imagen presidencial se dirige al mismo público sin información pues, aunque sabe leer, no lee, no está informado, no le interesa la política, pero tiene prejuicios y en vez de ser manipulado a través de caricaturas como herramienta política, es adoctrinado a través del WhatsApp. Después ese sector es usado en las redes sociales para ser voceros del antiguo régimen de manera destacada en Facebook.

La guerra contra el gobierno que a diario fustigan tiene como objetivo no derrocarlo sino derrotarlo. No pueden permitir que López Obrador coloque a un sucesor en la campaña de 2024 que continúe el nuevo proyecto. Convencer a un segmento desinformado que corresponde a una parte de la clase media ha sido rentable. Saben que a sus prejuicios los encienden con el miedo, como un resorte que oprimen y son la infantería, el primer frente de batalla.

La mayoría que puso contra las cuerdas al agotado régimen debería dar la batalla ideológica en defensa del cambio elegido. Así como le entregó el gobierno a López Obrador, podría acompañarlo para que aniquile al viejo dinosaurio y recupere el poder que represente a los ciudadanos y que es indispensable para edificar al nuevo régimen. Es un enorme desafío, y llegará casi un siglo después.

Martha Zamarripa — Periodista, Analista Política, Embajadora de México en Belice.

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