Salud presidencial por Martha Zamarripa

Por Martha Zamarripa @m_zamarripa | Lunes, 01 De Febrero Del 2021.

El Presidente López Obrador conmocionó a los mexicanos el domingo 24 de enero al informarles a través de su cuenta de Twitter que se había contagiado de covid-19. Parte de los ciudadanos se alegraron; la mayoría se preocupó por la noticia.

Lo único que faltaba es que se enfermara el Presidente, se comentó . La pandemia en México es más grave que en otros países, por muchas razones. Al nuestro se le ha visto como el «hermano mayor» de su región, pero América Latina se caracteriza por pobreza y desigualdad de la que no escapa; esta condición complica la batalla contra el letal virus. En el caso mexicano, al no ser obligatorias las medidas, muchos decidieron ignorarlas. La oposición ganó un papel protagónico con una campaña que festeja contagios y víctimas. Pero asumir que desinformar le dará los votos de junio, es temerario y exhibe vileza. Ayudar al virus a matar más gente exhibe perversión y torpeza, además de desesperación.

Desde el inicial rumor de «López Obrador ya está vacunado» -su contagio demostró que no- a difundir una gravedad que nunca probó, hasta colocar al trending topic de un supuesto derrame cerebral, costó en credibilidad. Ya se verá si politizar la tragedia para obtener votos, la acomoda como la única oposición partidista en el mundo que quiere ser más letal que el virus.

El gobierno mexicano tuvo la visión de buscar la ansiada vacuna al mismo tiempo que las naciones fuertes y se coló entre los primeros de la fila firmando contratos de pre-compra con la estadounidense Pfizer, la británica AstraZeneca, la china CanSino, y la rusa Sputnik V, en la batalla por conseguir las primeras vacunas contra el virus. Se despegó de los países hermanos con los que comparte desigual destino y comenzó a aplicar la vacuna Pfizer antes que ninguno. Mientras ese laboratorio cerró temporalmente su planta de Bélgica en tanto que reactiva su producción, igual que AstraZeneca que enfrenta demoras, México buscó otras alternativas,


Desde octubre del año pasado el canciller Marcelo Ebrard confirmó que «Si sumamos Covax más AstraZeneca, Pfizer y CanSino se estaría cubriendo a más de cien millones de mexicanas y mexicanos». Como en los países aventajados, el nuestro ha cometido errores, pero no en la búsqueda temprana de la vacuna. Por el contrario, México se esmeró en conseguirla para proteger a su población.

Un día después de saberse contagiado, AMLO sostuvo una conversación con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, para traer la vacuna Sputnik V de la que llegarán veinticuatro millones de dosis.  En tanto Cofepris se aplica en la aprobación de la vacuna China ya se había adelantado el pago para 35 millones de dosis para que más mexicanos sean inmunizados. El gobierno mantiene tratos con otros laboratorios.

Ese martes 26 de enero, día en que hubo noticias desde Twitter, la inquietud empezó a filtrarse en millones de hogares por la ausencia de un parte médico en un tuit. La buena acogida que tuvo la puntual información ofrecida por el propio Presidente, en cuestión de horas se trastocó en incertidumbre: los rumores diseminados por la oposición diagnosticaron gravedad y luego confirmaron en su propio «parte médico», derrame cerebral. La gente no se preguntaba ¿Dónde está el Presidente? Sabía que en Palacio Nacional. Su reclamo de información era: ¿cómo está el Presidente?

Los reporteros de la conferencia matutina indagaron quién lo sustituiría si su enfermedad se prolongaba. Recurrieron al siglo de olvido de una vicepresidencia (en México clausurada por la evidenciada desconfianza de ansiosos sustitutos presidenciales) que la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero al eludir, inquietó. Las «fake news» se reproducen mejor si hay silencio oficial. El asunto no eran las chamarras bonitas que ella resaltaba, sino la demanda de información.

La opinión pública emitió su veredicto: quizá era verdad que el Presidente se había agravado y no lo querían decir. En la calle la preocupación era genuina. Ahora no era solo que la salud presidencial era tema de seguridad nacional, sino que había zozobra nacional sobre qué pasaría.

El viernes 29 de enero y después de un pesado silencio, de nuevo desde su cuenta de Twitter llegó el segundo «parte médico», ahora en video. El Presidente, caminando en un pasillo de Palacio Nacional, se dejó ver, acicalado y aún contagiado, dando fe de seguir las recomendaciones médicas, interrumpiendo momentáneamente el reposo al que la enfermedad lo obliga, para tranquilizar al país.

Sin vestimenta de paciente de covid-19, enfundado en un abrigador saco azul marino, respondió a la opinión pública. Se dirigió a los mexicanos con el mensaje más esperado por el país desde que inició su gobierno. Reveló que «aún tengo covid», y que, aunque todavía estaba contagiado, la fase crítica había pasado. En actitud pausada y serena demostraba tener la fuerza para caminar y divulgaba el video «desmentidor» que durante la fase crítica no podía compartir y que la gente esperó -angustiada-, esos cuatro días.

Afuera de las paredes de Palacio los nuevos protagonistas -las vacunas-, padecían arrebato y avaricia, de quienes podían hacerlo y que temprano mostraron su canallada por la rebatinga. Sin asomo de empatía hacia quienes por edad o riesgo de contagio les urge ir primero, el despojo de los sin-escrúpulos los condenó al contagio. Los turnos robados -no se quiere entender- provocan lo opuesto a la victoria sobre el virus. Desprecian el bienestar colectivo. Pero el individual no podrá trascender como alcance masivo. La acción para aniquilarlo es cerrar filas con todos los demás. La ruindad y la ceguera en tiempos de pandemia son mortal estorbo que ayuda a covid-19 a prolongar la crisis. 
 
No hay país ganador en el combate contra el virus Sars-CoV-2; en general a las naciones ricas les va mejor que a las pobres. La estrategia se estrella contra la economía. En aquellos países donde la gente si no sale a trabajar no come -porque sus gobiernos no les pueden enviar un cheque mensual- la estrategia sanitaria se hace añicos. Lo que no descarta que ésta se pueda ajustar. 
 
La enfermedad de la que afortunadamente el Presidente López Obrador va de salida lleva a plantear la necesidad de un protocolo que indique qué hacer y quién hace qué en caso de una crisis de salud. Si de inmediato se informa -no es la obligación del Presidente que lo haga él mismo- ese protocolo evitaría lo ahora vivido. Para proteger la estabilidad, cada integrante del equipo de política interior tendría claro en términos de comunicación política qué hacer si se enferma el Presidente. Luego de cuatro días infames, esa noche de viernes, por cierto, fue la primera después de un pesado insomnio nacional en que México durmió tranquilo. 

Por Martha Zamarripa | Lunes, 01 De Febrero Del 2021.

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